En techacapan, ahora una parte de Xalapeños Ilustres, existían unos lavaderos públicos donde los mujeres iban como a eso de las 5 de la tarde hasta las 11 de la noche aproximadamente. Los veladores se encargaban de cuidar las calles del barrio y de advertir a las lavanderas que a veces se aparecía una mujer pasada la media noche.
En cierta ocasión, se encontraba muy tarde una señora, tratando apurada de terminar su trabajo. El vigilante se le aproximó para recordarle que se venía la hora siniestra. Ella comenzó a guardar sus cosas con toda prisa para abandonar el lugar lo antes posible.
Cuando el sereno terminó su habitual ronda, notó que había otra persona, inclinada, de un aspecto misterioso, restregando su ropa en uno de los lavaderos más apartados.
Se le acercó para decirle que ya era demasiado tarde para estar ahí. Esta no hizo ningún caso a la advertencia, y el velador un poco insistente, se colocó junto a ella para explicarle que no debía permanecer más tiempo allí. Al verla, se llevó un gran susto cuando se dio cuenta de que no tenía rostro, y entre sollozos gritaba: -¡Ay mis hijos!
Fuente: ‘Historias, cuentos y leyendas de Xalapa’ 3ra Edición 2011