Juanote nació en Xalapa en 1921 y murió aquí en 1989. Su ejemplar vida en la que desarrolló una personalidad especial, transcurrió en esta población aparentemente como la de un hombre común. Sin embargo, estos dos hechos no fueron así.
El sobrenombre comienza llamando la atención y, hoy evoca a un fuerte hombre, cuyas energías creó en él una espontánea seguridad para el honrado vivir y en la sociedad los auténticos sentimientos de respeto, cariño y nostalgia. Este xalapeño ha dejado para siempre una firme huella en la tradición, la historia y el recuento de valores en nuestra sociedad.Juanote creció bajo la severa mirada de un padre que sabía distinguir muy bien entre actos morales e inmorales, entre acciones honestas y deshonestas y, sobre todo, los matices de estos extremos, difíciles de advertir si la mentalidad es fanática, doctrinaria y narcisista. Seguramente, un ser tan admirable como su hijo, un hombre como pocos: nada de hipocresía, ningún riachuelo de culpa en la conciencia, toda distancia con las máscaras y los disfraces; una integridad que aprendió a amar y se fue con justa paz a la tumba.
Juanote, adolescente, asimiló con orgullo el oficio de su padre e integró el primer gremio de «cargadores de número» en Xalapa. Entregado a su trabajo, fue haciéndose un deleitoso y conocedor de la música clásica. Contaba entusiasmado que poseía alrededor de doscientos textos preferidos, más las diversas interpretaciones de los temas.
Melómano por elección, también formaba su discoteca con otros géneros musicales; entre sus inclinaciones se encontraban autores del folklore latinoamericano. La lectura de obras literarias también lo acompañaba en el escaso tiempo que dedicaba al estimado autodidactismo.
Juanote fue un símbolo de la Atenas Veracruzana de antaño. Desde los once o doce años (no recordaba exactamente), los xalapeños le confiaban los cambios de casas, los acomodos que él decidiera, las galantes entregas necesitadas de discreción y el cuidado de bienes que los dueños consideraban valiosos.Recorría a pie trayectos largos para cumplir con los traslados, en épocas que sólo existían veredas para llegar fatigado a lejanos lugares desde esta ciudad. El número 13 de cargador a él le parecía de buena suerte.
Juanote, el incansable, podía entregar desde una valiosa joya empaquetada en un diminuto y lujoso estuche, hasta un piano asegurado en su recio mecapal. Hoy, su vida no es la anécdota, sino el recto y simple vivir en el recuerdo.