En este post contaremos historias de comerciantes chinos que vinieron a Xalapa hace ya algunos decenas de años.
Comenzamos con Juan Apo, un señor que en realidad no se llamaba así pero adoptó ese nombre al llegar a México -se dice que fue porque eso escucharon los agentes aduanales al pedirle su nombre-.
En Enríquez, había tres cafés de chinos, uno de ellos ubicado en la esquina de Revolución y lo que ahora es el Parque Juárez, se llamaba Café Estadio.
Este café estaba abierto las 24 horas cuando había bailes en la escuela Preparatoria, en el Centro Recreativo o en los casinos Español y Xalapeño.
Al salir de la fiesta era pasada obligatoria por ese lugar para tomar café con leche y comer algo.
Desapareció cuando se construyó el edicicio Nachita. Sólo el Café Nuevo, que era propiedad de una familia Fong, siguió funcionando hasta 1999.
También, el Café Azteca, de la familia Wing, desapareció al construirse el edificio Tanos y fueron sustituidos por locales modernos; igual pasó cuando se construyó el edificio Enríquez.
En otro giro comercial, había un señor que se dedicaba a hacer y vender turrón de almendras: por cinco centavos los niños compraban un gran pedazo de turrón.
Cuentan que no aprendó a hablar bien español y en lugar de “r” ponía una “l”, entonces cuando anunciaba su producto decía “Tulón con almendlas”.
Dicen que personillas molestonas le gritaban “chino majao”, que es como un recordatoria de la maternidad del asiático, por lo que se enojaba y gritaba en su lengua cosas que nadie entendía, también que aventaba piedras a los que lo ofendían y si no había piedras evantaba la hachuela que usaba para partir el turrón. El hombre desapareció de la ciudad sin que nadie supiera a dónde fue.
Otro chino que vendía turrón, su historia es muy triste. Dicen que vivía en el tronco de un árbol muy frondoso que se encontraba al principio de la carretera vieja de Coatepec, por donde hoy está la Clínica 66 del IMSS.
Dicen que el espacio hueco del árbol le servía de dormitorio y cocina. Vivía totalmente solo, el único contacto con la cidadanía era por su comercio. Tampoco hablaba bien el español pero se hacía entender.
Muchas personas advertían de la suciedad con la que se preparaba el dulce y la propia del chinom que no olía muy bien.
El dulcero murió de viejo y según se dijo, enterró dinero bajo el árbol, dinero que dicen, se quedaron las autoridades que intervinieron tras su muerte.
Su triste historia no para ahí, pues él había dejado previsto que su cuerpo fuera trasladado a una población en su natal China, pero no fue así y terminó en la fosa común del cementerio de la ciudad.